sábado, 20 de noviembre de 2010

Encuentros fugaces

- Buenas noches, ¿hasta San Isidro cuánto es?
- Un peso setenta y cinco.
- Uuuh, bueno, me bajo, gracias.
- ¿Cuánto tenés?
- Uno con sesenta y cinco.
- Pasá, sacá uno cincuenta, dale.

¡Qué vergüenza! Justo a mí me tenía que pasar, justo a mí que suelo jactarme de conocer Buenos Aires entero gracias a sendos viajes en colectivos, trenes y subtes. Pero claro, esta temporada 2010 me tocó ser cómodo, entonces no había viajado aún en transportes públicos, y sí, lo admito, el desconocimiento sobre sus aranceles vigentes es absoluto.

Esos pocos centavos de diferencia significaban un crédito para el chofer, a través del cual yo debía sentarme en el primer asiento y estar a su disposición si al hombre se le ocurría que quería charlar. Está implícito, todos deberían saberlo.

Tiró el disparador: Está pesado.
- ¿Lloverá? – respondí.
- Debería – dijo.

Tránsito pesado, muy lento, coches que coinciden en su regreso de viernes por la noche en Avenida Maipú.

Tomé la posta: Insoportable, ¿no?
- ¡Sí! – eufórica respuesta, es que del tema sabe y mucho – Cada vez peor, es que los viernes todos sacan el auto para volver rápido, y al final es peor.
- Claro, es que hoy en día, para colmo, familias de cuatro integrantes tienen cuatro coches o más, es impresionante – mi conclusión pareció agradarle.

Pasaban las cuadras, había silencios, pero no eran incómodos. Ambos parecíamos alerta para disparar una nueva frase que nos unifique otra vez más.

Otra vez me adelanté: ¿Terminás temprano al menos?
- Llego a Escobar y listo. Es un lujo, poder terminar a las diez está bueno. ¿Porque sabés qué es lo único que no me banco de este laburo? Los pibes que suben a las noches, con su cartón de vino, y que te quieren pasar. Voy y vengo, trayecto largo, Capital y Provincia, cortes, protestas, todo bien, pero los pibes no, está jodido.
- Vienen bravos, no les importa nada…
- ¿Sabés cuánta gente se sube y me pide “¿me llevás hasta tal lado, que se me perdió el monedero?”; y uno lo hace, le ve la cara de buena gente y lo hace, como con vos ahora. Yo sé que vos no me estás pasando, te faltan dos moneditas, es una boludez. Pero esos pibes, suben con un vino y te dicen que no tienen plata. ¿Entonces en qué quedamos? Si no tenés plata tampoco te podés comprar el alcohol, ¿no te parece?

Otra vez silencio, de esos que tienen sabor a indignación. Y pasaban más cuadras. Después fue más un monólogo con respuestas monosilábicas de mi parte. Me contó de su hijo Matías, de 19 años, que estudia en una terciaria tecnológica de Pacheco, que ya está teniendo sus primeras entrevistas laborales y que se encuentra desesperado porque una empresa quedó en contestarle luego del fin de semana largo si era aceptado para un puesto o no. Me dijo también que él sólo quería que su hijo estudiara, y que termine esos años de estudios y no repita lo que él hizo en su juventud, cuando quiso seguir los pasos de su padre como ingeniero pero abandonó a mitad de camino. Me habló como el padre orgulloso que todos tenemos dentro, sobre un pibe que “no fuma, no chupa, no hace ninguna”. Hasta que llegué a destino.

- Bueno, me bajo en la próxima, muchas gracias.
- Que andes bien, muchachito.

La calle Belgrano en San Isidro era mi destino. Hasta ahí llegaba el crédito que el chofer había adquirido, por veinte centavos, un viernes por la noche, en la que al menos por un ratito creo haber aliviado el trayecto de aquél 60 amarillo.

2 comentarios:

  1. Qué lindo relato. Esos inesperados destellos de la sabiduría de los otros, esos momentos breves de igualdad ante lo esencial. Muy lindo.

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