martes, 12 de abril de 2011

Participación en Time Killer, Capítulo IV

Algunos contratiempos hicieron que mi semana anterior no haya sido demasiado creativa, pero finalmente pude acompañar a Julián, Paula y Gustavo en el estudio de FM Simphony en una nueva emisión de Time Killer. Brevemente pude relatarles cómo maté el tiempo durante mi domingo libre, y así surgió el audio que aparece a continuación. (Click aquí para escuchar el programa entero).


“Ayer domingo, día ideal acorde a la temática de este programa, me desperté con la alegría de tener por delante muchísimo tiempo para matar. Ninguna nube en el cielo, temperatura primaveresca, clima ideal para hacer lo que debíamos hacer en una jornada no laboral.

Diez y cuarto de la mañana. Subí al auto, puse un disco de grandes éxitos de Maná y me fui a buscar a mi familia, ya que habíamos dormido en casas separadas (vieron como es esto de los matrimonios modernos, no?). Cuando llegué desde Florida a San Isidro me enteré que teníamos que llevar un paquete a… Florida, motivo por el cual tuve que recorrer inversamente el camino realizado minutos atrás para cumplir la primera misión.

Once de la mañana. Paquete misterioso entregado (todo legal, vale la aclaración). Recordé que tenía que comprar el remedio para mi dolor de oído que se había acabado la noche anterior. El remedio, no el dolor de oído. Pasamos por una, dos, tres farmacias, todas cerradas. Recién en la cuarta, también con la persiana baja, encontramos el cartelito que decía cuál de ellas estaba de turno, entonces dimos las últimas vueltas y desembocamos en el lugar deseado.

Doce y cuarto del mediodía. Tomé el antibiótico y subimos a la autopista Panamericana. A paso pesado entre mucho conductor dominguero, pero a la vez esquivando a los que veía venir a través del espejo retrovisor a mucha pero mucha velocidad, viajamos hasta Ingeniero Maschwitz, donde celebramos el cumpleaños de mi madre, que ya acumuló varias juventudes y llegó a los 60. El reloj marcaba las 13.

Entre sobrinos correteando por todos lados, sandwichitos de carne asada, pedazos de tortas que justifican esta panza y más sobrinos corriendo por todos lados (entre paréntesis, nunca dude en alquilar un castillo inflable si tiene más de cinco niños en la casa), se pasó una tarde que además de placentera resultó agotadora, y entonces emprendimos el regreso.

Siete y veinte de la tarde. Retomamos la autopista Panamericana y, tras superar el peaje a la altura de la Ford, nos encontramos con una marea de lucecitas rojas de coches detenidos que indicaban que el camino a casa podía ser tan lento como el programa de limpieza del Riachuelo. Pero no se preocupen, no fue tan grave, una hora y cuarenta minutos más tarde habíamos concluido el trayecto… que en un día de tránsito normal no hubiese llevado más de media hora.

Ahí fue cuando recordé el mail que había leído a la mañana temprano, que decía que hoy nos encontraríamos acá en el estudio y que podíamos traer algo para compartir sobre nuestros tiempos libres. Se me ocurrió que haber pasado cuatro horas y veinticinco minutos de mi domingo libre manejando era algo que lejos estaba de lo que había soñado, y quería compartirlo con ustedes junto al disco de Maná, que nunca saqué del auto y todavía está en mi cabeza sonando…”

2 comentarios:

  1. La sexagenaria disfrutò su hermosa flia y el inflable y soño que celebraba por segunda vez sus
    treinta años,viendo jugar a los nietos con los que ya habìa soñado.

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  2. Jaja, que bueno que así haya sucedido, al menos para saber que nada de todo lo narrado fue en vano!!!

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