sábado, 8 de enero de 2011

Disfraces

La situación cambió cuando él se puso el traje de víctima en el asunto. Como esas vueltas de tuerca inesperadas, como esos finales de películas en que el asesino resulta ser el que pinta de más bonachón tiene entre todos. Pero él... Había traicionado a la confianza de Roberto, su amigo eterno desde la infancia, lo había engrupido como a un niño, chamuyado, estafado, se había borrado. Y luego de muchos años, cuando Roberto, de paciencia agotada, se encargó de hacer pública la causa ya transformada en anécdota, el acusado se apoderó del banquillo de la víctima para confundir a los jurados. “¿Así que andás diciendo cosas por ahí vos? ¿Creés que yo soy chorro, me llamás estafador? ¿Te pensás que me vas a quemar en mi barrio con tus mentiras?”. A los gritos, de una vereda a la otra. “A quien quieras preguntale. ¡Jamás me quedé con un centavo de nadie, mirá si me vas a hacer mala fama vos, caradura! Los cafés que te habré invitado, los asados, mis cigarrillos que habrás fumado, y así me lo pagás, difamándome ante cualquiera que se te cruce por delante”. Los vecinos, atraídos por los gritos, ya miraban con desconfianza a Roberto, enemigo del escándalo público, cultor del perfil bajo. “¡Atorrante! ¿Cómo se te ocurre? Habrase visto tanta insolencia…”. Y lentamente comenzó su retirada, pidiendo permiso entre la gente, con cara indignada, murmurando palabras en tono bajito para los más cercanos. Roberto escuchó inmutado en su banquito, mate en mano, sin emitir palabra alguna. Resignado a una causa perdida, no tenía más pruebas que las que su memoria guardaba. Fue la última vez que lo vio, sólo había regresado para llevarse un par de cositas que le habían quedado en esa, su casa vieja que estaba ahí enfrente. Desapareció en la segunda esquina, cuando el coche siglo XXI puso rumbo a su nueva vida, la que había adquirido gracias al billete de lotería que juntos los dos compraban desde chiquitos, cuando la primera monedita había caído en sus manos y con ilusión eligieron esos números que hasta un día jugaron. Luego sí Roberto se levantó, largó unas sonrisas gracias a algunas morisquetas que una de sus inocentes nietas propinó, y se encausó al trabajo nocturno en el cuartel de bomberos del barrio.

6 comentarios:

  1. excelente
    de lo mejor que he leído ultimamente

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  2. Ah, con lectores así me voy a inspirar más seguido! Muchas gracias!!!

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  3. Jajaja! Qué bueno, me encantó!! La imagen del tipo en la vereda con su mate. El otro yéndose en su auto nuevo. Simplemente genial.

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  4. Muchas gracias Nin, como siempre un placer contar con su visita y comentarios!

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  5. atrapante y completo...no podría haber sido escrito mejor...mis más sinceras admiraciones para con el escritor...

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  6. Seba, una vez más muchas gracias, se aprecian mucho los comentarios!

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