Mientras sostenía el café en una mano, con la otra corrió la cortina de la ventana para admirar el día. Un sol espléndido, de esos que invitan a caminar bajo su manto. Así se dispuso entonces, a pesar de la advertencia del frío polar que se iba a instalar esa mañana y al cual estaba presto a afrontar. Eran diez cuadras hasta el trabajo, no sería exagerado el esfuerzo. Subió la barranca hacia la primera esquina, ahí arriba se enteró que lo del frío era acertado, iba en serio. En la tercera cuadra las espesas nubes grises ya habían cubierto el cielo por completo, sin dejar rastro de aquél sol que por unos instantes lo estuvo acariciando. Cuando cruzó la sexta intersección de calles comenzó a sentir unas pequeñas gotas sobre su cuerpo. Miró hacia arriba, venían directamente congeladas a punto de transformarse en trozitos de hielo. Se sonrió, recordó la letra de una canción y tarareó "que las gotas no duelen". Pero faltaba aún para llegar a destino, y cuando su frente de a poquito a poco manifestó sufrimiento por la combinación del agua y el frío apuró sus pasos en busca del imperioso refugio, al que finalmente arribó estoico. Una ventana puede mostrar la realidad en forma parcial, concluyó, y se prometió intentar mirar el panorama completo en la toma de futuras decisiones…
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